lunes, 22 de junio de 2009

Historias mínimas: lo simple y lo inmenso

Dirección: Carlos Sorín

Actores: Javier Lombardo (Roberto), Antonio Benedictis (Don Justo), Javiera Bravo (María), Francis Sandoval (hija de María), Carlos Montero (Losa), Aníbal Maldonado (Don Fermín), María Rosa Cianferoni (Ana), Mariela Díaz (amiga de María)
Guión: Pablo Solarz
Producción: Martin Bardi

Fotografía: Hugo Colace
Música: Nicolás Sorín
Duración: 93 m
Año: 2002. 35 mm, color


La firma porteña

Historias mínimas es una película argentina del año 2002 dirigida por Carlos Sorín, este director lleva trabajando desde el año 1983, cuando estrenó La película del rey, su trayectoria ha sido discreta y escueta, hasta que realizó la cinta que estamos comentando, galardonada con numerosos premios entre ellos en la mención especial a su director en el festival de San Sebastián, el Goya a la mejor película extranjera de habla hispana y siete premios más de la Asociación de críticos argentinos. Cuenta con cinco películas en su filmografía más un último título: La ventana.

Este director argentino se ubica dentro de una generación de directores sudamericanos que dejan su firma en sus obras haciendo cine de autor, esta una tendencia dominante en la cinematografía sudamericana actualmente. Otros directores coetáneos son Juan José Campanella (EL hijo de la novia. 2000), el uruguayo Juan Pablo Rebella (Whisky.2004) o el más famoso Marcelo Piñeiro (Kamchatka.2002).

Su larga trayectoria como director publicitario le ha influido mucho en su papel como director de cine. Sorín ha declarado en repetidas ocasiones que su estilo realista está muy influenciado por la experiencia anterior como publicista, a lo largo de esos años ha trabajado tanto en “el engaño” que ahora reivindica lo más cercano a la verdad, lo más alejado al artificio, quiere enseñar las cosas tal y como son, tal y como se ven.

Este aspecto también tiene mucho que ver con Historias mínimas, es evidente que la película cuenta con una sencillez extrema y su forma se acerca incluso a la de un documental, cuenta Sorín que en un trabajo para una compañía de teléfonos descubrió que lo más simple puede ser lo más eficaz. La idea era reproducir la emoción de un pueblo al llegar la línea telefónica por primera vez a sus calles. Después de encontrar a los actores, al llegar al pueblo vivió ese sentimiento de sorpresa y ansia que querían representar pero con personas reales, eran los vecinos del pueblo. En ese momento Sorín se dio cuenta de que la realidad es más potente y eficaz que cualquier imitación y esto entre otras muchas cosas es lo que más destaca este director argentino de su vida como publicitario y lo que plasma en sus películas.

Las historias mínimas

Como su titulo nos hace prever, la película es la unión de tres historias “mínimas” o mejor dicho sencillas.

En la Patagonia tres personaje, María, Don Justo y Roberto se dirigen a la vez a un mismo lugar por distintas razones, San Julián, que está a unos 300 km de donde viven.

María es una joven madre que ha sido seleccionada en un concurso de televisión y tiene la oportunidad de ganar una especie de robot de cocina, Don Justo es un anciano que vive con su hijo, quien ahora lleva su negocio familiar. Un día un vecino le dice que viene de San Julián y que allí ha visto a su perro, que escapó de su casa hace muchos años. Por último Roberto es un comerciante que va a llevarle una tarta de cumpleaños al hijo de una mujer a la que pretende conquistar.

El camino comienza cuando María decide ir a la capital con su hijo, ella opta por el autobús, Don Justo, a escondidas de su hijo, directamente lo hace a pie hasta que encuentra a una mujer que lo monta en su coche, desgraciadamente el anciano sufre un problema con la tensión y en el ambulatorio donde esta mujer lo deja encuentra a Roberto que le hace el mismo favor, acercándolo a San Julián.

Una vez en sus destinos todos experimentaran distintos sentimientos, María gana el premio máximo pero lo cambia por una caja de pinturas a otra mujer, los espectadores tienen la sensación de que esta se aprovecha de la inocencia de María.

Don Justo encuentra a su perro y tiene con él una especie de cara a cara después de muchos años, el hombre piensa que su animal se fue decepcionado porque en un accidente de coches huyó en vez de auxiliar a quien atropelló.

Roberto después de vacilar hasta en lo más mínimo sobre la tarta que lleva de regalo, al llegar al pueblo se decepciona porque ve a la viuda con otro hombre, piensa que su viaje no ha servido para nada y se siente ridículo, cosa que a la mañana siguiente cambiará cuando se da cuenta de que aquel hombre era el hermano de la mujer que le gusta, momento en el que la ilusión le vuelve a brotar.

La firma Porteña

Esta es la tercera película de las seis que ha realizado Carlos Sorín, y encontramos similitudes con el resto de sus films de varios tipos.

El primero de ellos es el tipo de película, podríamos considerar a Historias mínimas una road movie, al igual que pasa con El camino de San Diego (2006), que narra el viaje de una mujer para llegar al hospital donde está diego Maradona.

Otra coincidencia es el escenario, en nuestra película, el contexto geográfico se convierte en protagonista, en un personajes más, curiosamente la Patagonia es otra clave en su primera cinta La película del Rey (1983) donde el protagonista, un director de cine, llega a volverse casi loco envuelto entre tanta inmensidad solitaria. Esa sensación de inmensidad es la que se produce en Historias mínimas, es un paisaje excesivo frente a la vida de los protagonistas que se presenta como un detalle. Ocurre también con su continuación de este film, Bombón, (el perro) (2004)

Ocurre también que el director porteño trabaja aquí con “no actores” como él los llama, son personas del pueblo donde grabó, como dijimos antes Sorín siente necesidad de mostrar la realidad lo más fehacientemente posible y este es uno de sus trucos, que también utilizó en , Bombón, (el perro) (2004), El camino de San Diego (2006) y en La ventana(2009.)

La inmensidad frente a lo minúsculo

Historias mínimas es una película intimista, de detalles pero esto se incremente debido al paisaje escogido por Sorín, la Patagonia, esa inmensidad argentina donde conviven la nada con la soledad, esta aporta al film delicadeza puesto que la comparación de lo que ocurre en los coches frente a los paisajes y la soledad del camino le da más fuerza aún a las pequeñas historias.

La película tiene una estructura narrativa lineal y que avanza sola, nada de artificios, lo máximo con lo que cuenta es con el paralelismo narrativo de las tres historias. Sus planos también son simples, siempre en función de lo que cuenta, existen planos generales en los que podemos apreciar la majestuosidad de los paisajes y que sirven de elipsis en los viajes que los protagonistas realizan.

La fotografía, a cargo de Hugo Colace, es fuertemente natural, imprime un aire de pobreza y espontaneidad en la película que junto con todos los demás rasgos (realización, fotografía interpretaciones) hacen de Historias mínimas lo que es.

Es muy destacable el trabajo de los actores, como ya hemos comentado la gran mayoría no son profesionales, Sorín quiere contar con personas reales que doten a la historia de vida y realidad. La estética y realización del film junto con los actores dan un resultado casi documental. El año en que fue estrenada Historias mínimas recibió cuatro nominaciones a premios nacionales para actores, actores no profesionales que competían en categorías con los sí profesionales. También hay aquí una especie de guiño que sería la interpretación de Julia Solomonoff, una directora de cine argentina que interpreta a la mujer que lleva la primea parte del viaje a Don Justo en su coche.

La historia de María habla de inocencia y de ilusión pero también habla de maldad, o al menos esa es la impresión que da cuando finalmente cambia la máquina de cocina por el estuche de maquillaje ya que la mujer que le presiona parece mirarla con superioridad y sabe que puede aprovecharse de ella.

Don Justo vive con un sentimiento de culpa incrementado por el abandono de su mejor amigo, su perro, que por no haberlo perdonado se va para hacerlo sentir aún más culpable, o esto es lo que el anciano piensa ya que al final de la película nos daremos cuenta de que el perro que va a buscar no es el suyo, aunque finalmente Don Justo se siente satisfecho, se reconcilia con su perro y con él mismo.

La vivencia de Roberto es quizás la más cómica y menos trágica, durante todo el viaje duda de si el hijo de la viuda es niño o niña, cambia la tarta en tres ocasiones para finalmente romperla de rabia al ver que esta mujer va con otro hombre. Cuando todos pensamos que es el hombre más desgraciado y ridículo de la tierra la historia da un vuelco y vemos como la viuda también le corresponde en sentimientos y que aquel hombre no era más que su hermano. El comerciante aporta la nota de humor y de esperanza a la película.

Cómica y mejor dicho esperpéntica es la escena del ambulatorio, donde Don Justo y Roberto se encuentran y resulta ser el comienzo de su viaje juntos, tanto los personajes (las enfermeras y los mismos pacientes) como lo que ocurre allí. Esta escena contrasta fuertemente con el resto del film.

El final del viaje.

Historias mínimas es una mezcla de lo grande y de lo pequeño, de vivencias que resulta en una primera impresión minúsculas y sin importancia pero que por ese mismo carácter de diminuto adquieren peso y se convierten en universales. Todas nuestras historias son mínimas, pero a la vez son inmensas para nosotros mismos.

La sensación que deja este film es ambiguo por una parte es tremendamente triste, la inocencia de María y la impresión de que se pueden aprovechar de ella en cualquier momento y la culpa de Don Justo no enternece, también, por otro lado, el personaje de Roberto nos puede llegar a resultar patético pero no hace reir y nos reconcilia con la película.

En conclusión Historias mínimas está compuesta de alegrías y de penas, de esperanzas y decepciones, de diferencias sociales, de encuentros y de separaciones… básicamente, de lo que está compuesta la vida.


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